viernes, 30 de octubre de 2020

Política pública sanitaria: De error al horror colectivo

 

El adiós, la muerte y la génesis, tal cual fénix renaciendo de cenizas. Aunque mis palabras parezcan tristes y delirantes, me encuentro bien, de pronto los giros son así un sufrimiento efímero puede convertirse en gloria, o de seguro sea mejor mencionar una de las frases mas icónicas de Alaxandre Dumas la cual es la favorita de una amistad tan importante y especial para mí, que inconmesurablemente no sabría cómo agradecer.

No hace mucho tiempo, publicaba una entrada resumiendo como actúa el espectro social sobre la hermenéutica de un viajero que decidió pernoctar en un punto de todo ese yermo que hoy día representa la ruralidad mexicana. En términos organicistas, la extirpación de un órgano es idéntico al efecto de destierro, voluntario o bajo presión que el Greater Good ejerce sobre un solo individuo.

No han sido días fáciles para mí, ni para miles, quizá millones de personas a través del mundo, desde el punto dónde estés hasta su antípoda. El mundo tras el paso del primer ojo de huracán de la COVID-19 o Sars-Cov-2, se ha ido deteriorando día tras día. Los afectados y sus cercanos hemos sufrido, llorado, despedido temporal o permanentemente a uno o más de nuestros seres queridos, amigos, conocidos o personajes populares. No hemos podido dormir en ocasiones, no disfrutamos la ingesta de los alimentos que preparamos con esmero, ni podemos estar quietos rodeados de la barbarie y la necesidad de salir para evitar que alguien más muera.

En México, la política pública en materia de sanidad que desde un principio daba señales de disonancia ideológica y diferentes puntos de vista o perspectiva del todo, provocó que se viera fragmentada y se aplicara tal y como los gobernadores de las entidades, interpretaran su aplicación y modelaran sus estrategias de mitigación. Erráticamente comparaciones respecto a otros países del mundo comenzaron a aparecer, balances entre una entidad federativa y otras con un tono despectivo ad hóminem no han hecho más que obnubilar un camino a seguir lo suficientemente diáfano y concordante para todos por igual, o al menos, para ciertos contextos en particular.

Algunos presuponen que todo lo que acontece actualmente no es nada más y nada menos que una Tormenta Perfecta, panorama dantesco en el que probablemente más personas pierdan desafortunadamente su vida, incluso en una mayor proporción a las que lo hicieran durante los primeros meses de la pandemia.

Si por una parte el persona médico y la investigación en materia médica ha acelerado los pasos para encontrar una luz al final del túnel, sus esfuerzos no han ido acompañados de políticas públicas que repliquen los métodos y las formas de prevención de contagios bajo estrictas reglas y protocolos sanitarios. Lo que la clase política ha hecho de la pandemia en México ha sido una completa desgracia.

Aunque nadie dude de las buenas intenciones del quédate en casa, del usa siempre tu cubrebocas, del no hagas reuniones, fiestas o convivios, el mexicano bajo los influjos de su naturaleza paria y de un comportamiento errático determinado en ocasiones por una movilidad social inexistente sumida en la precariedad, otras veces por una movilidad social sin precedente que lleva al desobedecimiento natural de las reglas, otras simplemente por el poder, no ha entendido aún al enemigo invisible que lo acecha.

Ese enemigo no es el factor económico que día con día se debilita con mayor intensidad; menos las empresas que ya muestran un hartazgo a punto de convertirse en un ataque de ira y cerrazón, tampoco son las personas a quiénes no puedes determinarles en 95% o más las motivaciones de su comportamiento, tampoco es el virus propio que se balancea por el aire esperando mutar para afectar a una mayor cantidad de personas.

Tuit que motivó la entrada:


¿Quién es el enemigo? Todo parece recaer en un cerebro y una idea, una idea que se plasma, desarrolla con cierto pragmatismo y se aplica a una sociedad. La vacuna de la prevención bajo una lógica terriblemente determinista, en dónde se parte que todos entenderán que el deber ser será la prioridad y el deber hacer podrá posponerse. Posponer y procastinación parecen ser dos términos que se conjugan durante la pandemia de una forma atroz. Por una parte existe la evidencia tajante del hartazgo social que las medidas restrictivas provocan, y por otro una desesperación e indeterminación: el qué pasará después, qué pasará mañana, qué comeré ahora.

Hace poco leía que la pandemia no era eso sino una síndemia, ¿por qué? Pues porque prácticamente lo que ha sucedido es una conjugación no de una sino de varias enfermedades y porque la respuesta inmunológica y su tratamiento están íntimamente ligados a una condición económica y social que las personas tienen respecto a los demás.

En el mundo de las ideas de un gobierno comandado por un líder, un director de orquesta que intenta comprender lo que está pasando, que intenta evitar el luto, que intenta socorrer a los médicos, enfermeros, trabajadores sociales, administrativos, investigadores y todo aquel individuo que intenta medir las dimensiones de un riesgo sin precedentes, conjuga en un psique el deber ser con el deber hacer para poder ser. Ser para poder estar. Estar para poder ocupar. Ocupar para obtener el poder. Pareciera ser un existencialismo Heideggeriano aplicado a la política.

Poder y pandemia son elementos tan correlacionados que pocos se aventurarían a desenmarañar sus ataduras. El virus ha logrado infectar no sólo a millones de seres humanos en el mundo, sino también a las ciencias, las ideas, y la razón. Si a eso le añadiéramos una posmodernidad traducida como una pandemia enclavada en una sociedad distópica, tendríamos no sólo la tormenta perfecta sino la fórmula necesaria para borrarnos del mapa.

No existe una solución, tampoco un idea mágica para arreglar todos los problemas sin que haya secuelas. Lo que tenemos que hacer no debe conducirnos a ello. Necesitamos que el I+D contemple al todo como un todo complejo, que los anticuerpos se transformen en razonamientos basados en la experiencia y en la interpretación de realidades que creemos entender cada vez más sin comprenderlas de nada.

Detenerse a pensar es necesario. Un escenario tan complejo requiere de estructuras técnicas, prácticas y metodológicas bien definidas. Podremos medir todo, menos el comportamiento humano, menos la previsión meteorológica, menos aún el momento exacto de un temblor o la formación de un volcán. Actuar ante una pandemia como ésta requiere transformar el caos en complejidad, la complejidad en razonamiento, y los razonamientos en ideas simples que todos podamos entender y aplicar.

Ojalá el poder y sus ostentantes comprendan, que sus gobernados no son unos desobedientes, ni unos niños berrinchudos, es un sociedad tan desigual y diversa que no puede resumirse a una regla, a una ley, ni a una política pública. Cada parte requiere una atención diferente. Todo es diferente. Ya no estamos en el mismo espacio tiempo que inició en Marzo. Hay experiencia, nada es igual. Idea con sentido común y lógica a posteriori antes que ideas para acaparar el poder. Partamos por ahí.


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