miércoles, 5 de junio de 2019

La hipercomprensión de la ciudad y la tardía aparición de los intersticios rurales

No hace mucho tiempo, un servidor dedicaba toda muestra irrestricta de temporalidad ociosa a la alimentación del blog que ud. se encuentra felizmente leyendo, pensado quizá, –Oh, ¡al fin los geógrafos escriben de manera abierta y sin temor de caer en la parálisis teórica-paradigmática! , pues no, todo geógrafo construye su vida, ocupando un lugar en el espacio, actuando a una escala que no es propiamente suya, ni su objeto primordial de estudio. Hoy me dirijo a todos ustedes, y no sin antes pedir de la manera más afable, cordial y cómicamente posible una disculpa, por el abandono rampante, que en los últimos meses ha sufrido el espacio donde nos encontramos ahora en un ejercicio iterativo (otrora).

A merced de lo que yo mismo podría pensar de la geografía pos moderna, el estudio del espacio habitado de las masas, a pesar de su indefinición y de lo complicado que ha sido analizarla en su totalidad como lo que es, un conjunto interrelacionado de objetos y acciones, el mundo de lo “rural” o lo exa urbano, fuera de todo estudio preponderantemente cargado de finalidades económicas, ha estado en una constante terapia intensiva. Los espacios interticiales que en Geografía Urbana hacen alusión a las periferias, no están exentas de que su concepto sea aplicado más allá de la metrópolis (o megalópolis). El mundo de lo rural, más allá de lo que los maestros enseñan a sus alumnos en una muestra tardía de añoranza terruñal e idílica, es más complejo de lo que la simplicidad superflua pudiera indicar.

Dentro del medio rural, los espacios se configuran a lo largo del tiempo de una manera lenta, dónde lo efímero de la cuidad se vuelve eterno, y en dónde la movilidad origen destino diurna y de noche, se compone de interconexión de distancias cortas, accidentadas y salvajes. El espectro social es complejo, al ser la relaciones societarias tan estrechas, la rutina diaria es repetida diariamente de tal forma que se vuelve eterna, el conflicto nace de la ira descontrolada que llega a merced los procesos de inversión social, típicos de lugares donde las distracciones, más allá de las naturales, llegan a ser , ciertamente, nulas o inexistentes.

La ruralidad en asentamientos humanos que el propio INEGI niega llamarlos rurales (a pesar de que ni siquiera cuenten con 2,500 habitantes) es ambivalente,  el sujeto fuera de su rutina y sus circulos sociales (reales o virtuales) vive bajo la influencia eterna del espacio vacío, intesrticial, marchito, yermo. En municipios como en el que me ha tocado vivir este par de últimos años, son más las localidades dadas de baja que aquellas emanadas de un asentamiento irregular. Rancherías donde personas adultas de entre 25 a 40 años nacieron, hoy en día son lugares en completo abandono, dónde su pasado poco a poco es borrado de forma culminante por el paso firme y despiadado de la naturaleza que reclama lo que siempre había sido suyo.

Dichos lugares (si así podríamos llamarlos), solamente contendrán algún significado para aquellos que nacieron allí y aún recuerden los primeros años de su existencia. No obstante, en el momento de volver, lograrán atisbar el fenómeno que ocurre y es diamentralmente opuesto a lo que se dice del medio rural: la vida transita lenta y con calma (valga el pleonasmo). Solamente en lo superficial así suceden los hechos, no obstante, tal como pasa en la historiografía donde el tema de “los otros”, los “olvidados” o los “excluídos”, los espacios insterciales rurales son muestra decadentes del paso desafortunado del hombre con dicho espacio.

Las nuevas generaciones, arropadas en cabeceras municipales o en sus delegaciones, nacen, se desarrollan y crecen, sin considerar nunca que sus padres nacieron en alguna ranchería, dónde vivieron un sin fin de experiencias o remembranzas y dónde adquirieron la experiencia de la vida necesaria para salir adelante y darles a sus hijos lo necesario para facilitar la cruda y díficil realidad que en el pasado les tocó vivir. Dichos espacios, abandonados a sus suerte, en ocasiones guardan un baluarte histórico, cultural, religioso o icónico que la población local reconoce de forma indudable.

La historiografía se encarga también, de darle la espalda a dichos espacios para centrarse únicamente en el eje nominal del hombre. Las obras para reconocer a sus personajes ilustres de ninguna manera servirán para recordar a los lugares que alguna vez, alojaron a los individuos que socialmente le dieran razón de ser, sino al lugar en dónde la población local, decidió concentrarse en gran magnitud. Mientras los adultos mayores caminan cada vez a un paso más lento, mirando el suelo, con su bastón yendo hacia la iglesia, los lugares intersticiales rurales son cubiertos en poco tiempo y sin que nada los detenga por la naturaleza virginal, que alguna vez les permitió asentarse en dicho espacio. Los ladrillos de adobe se carcomen poco a poco con el paso del viento, la lluvia y el crecimiento inusitado de la flora y fauna.

El espacio con un significante y significado para un grupo muy específico de seres humanos, se corroe como el luger lo hace en su memoria. Aquí no existe dispersión ni falta de centralidad, sólo un espacio vacío que ha sido olvidado por aquellos que otrora decidieron habitarlo. Los intersticios rurales nunca mueren del todo, se aferran a seguir de pie, intentan a toda costa seguir siendo una obviedad de civilización para futuros visitantes, aunque éstos últimos no logran captar siquiera, una reminiscencia dispersa, de todo su significante como lugar.

Dichos lugares nunca podrán ser recuperados, nunca podrán volverse un atractivo turístico ni ecológico ni de masas (aunque quizá sí su medio natural paisajístico), quedarán puestos a un lado de todo proceso de resturación o conservación, y aún así, no podrá decirse jamás, que nunca habitó allá uno o varios seres humanos quiénes alguna vez (dirán aquellos arqueólogos en un futuro que no podremos ver) legaron a la historia del hombre un lugar y una hazaña que podrá ser extraída de la tierra, para así alimentar a la historiografía de los hombres, y no del lugar que siempre estuvo ahí, inerme e inerte a la espera de volver ser habitado, para repetir dicho ciclo de espacio intersticial.