domingo, 25 de diciembre de 2016

Aproximaciones eónicas a la cuestión de “¿Qué es una ciudad?”

image

“Repesentación de Tenochtitlán encontrada en el libro For Space de Doreen Massey.”

En las vísperas de un año nuevo, vida nueva, la definición y caracterización de una ciudad se ha ido cubriendo de una serie de carecteres, códigos semióticos que en más de una vez, ven transtocados los principios que le dieron una razón de ser (los emanados de la propia modernidad) obnublilando esa concepción clasicista con la cual, tanto los adeptos a la geografía como la sociedad en general, creían que delimitaba teóricamente la originalidad de sus habitáculos.

Para algunos (aquellos que prefieren partir de una cosmovisión eurocentrista y occidentalista derogando completamente a las cosmogonías minoritarias), las primeras imágenes de la ciudad se remontan a países como lnglaterra, Francia, España, entre otros más. Para la historiografía de la ciudad basta con recordar las primeras grandes civilzaciones como la Antigua de Egipto. Otros, aquellos deseosos por rescatar la imagen de los dominados como lo quiso concretizar la escuela de Fráncfort, se centraron también en analizar las primeras grandes aglomeraciones en sus territorios datados mucho antes del propio nacimiento del estado moderno.

Hasta antes de la década de los setenta (los años de la gran debacle de la ciudad occidental desarrollada) del milenio pasado, la ciudad podría definirse como una aglomeración de personas, infraestructura, y cadenas de producción caracterizadas por el comercio y la industria. Una definición que peca contundentemente de un parafraseo cargado de ignominia, claro está. Empero, y gracias a un subcapítulo del libro de Néstor García Canclini “Imaginarios urbanos”, creo conveniente aclarar la posición de la propia cosmogonía respecto a la ciudad, y no sólo la pobre y hasta superflua perspectiva tomada por dicho autor, al escribir que la definición geográfica de una urbe determinada, sigue los lineamientos organicistas propuestos por la Escuela de Chicago.

Pues bien, una vez que también he considerado de forma generalista el devenir histórico de la ciudad (podría agregar las notas emanadas de la obra de Morris “Historia de la forma de la ciudad”), debo decir que este concepto geográfico en particular,  cada día que se solapa sobre otro, cada segundo, cada hora en el que presente fue hace simplemente un par de clics, se torna tan complejo de definir como la clicheada frase de buscar una aguja en un pajar.

En un comienzo, desde la propia posición geográfica y en términos generales, la ciudad ha sido catalogada como lo opuesto al campo, o bien, aquella partitura del espacio que está sometida a reglas y funciones diametralmente opuestas a las encontradas en regiones del interior. Una movilidad social inusitada, una diversidad cultural e informacional creciente, una mayor aglomeración de personas en un sector más compacto de territorio contra una movilidad social escasa, una idea social generalizada que inclusive podría considerarse como pensamiento único, y una población dispersa aunque comunicada, son algunos de los descriptores que comúnmente se hacen tanto de lo urbano como lo rural.

En nuestra disciplina, los estudios de carácter urbano se han avocado, ciertamente, a desenmarañar los detalles alusivos a la forma y no al fondo de las ciudades, intentando desentrañar las relaciones entre el hombre medio, aunque en ocasiones, se llega comparativas insulsas donde los cortes temporales son cada vez más contemporáneos y efímeros. Todos creen saber las etapas de crecimiento de una ciudad, las diferencias entre la ciudad en el primer y tercer mundo, la forma de la ciudad en Europa, y la establecida por la corona española durante la dominación de los países latinoamericanos en la colonia, aunque pocos, quizá sólo un puñado de curiosos siniestrados, se han preguntado alguna vez de forma simplista y tajante ¿Qué es al día de hoy, una ciudad?

No deberíamos de ninguna forma, recusar los planteamientos de Milton Santos al ubicar el tiempo que vivimos como el dominado por un medio técnico científico e informacional, ya que dicho constructo debería ser recapitulado para poder entender a la ciudad en la actualidad. En términos lacónicos, y usando la teoría de Hartshorne en alusión a las fuerzas centrípetas y centrífugas que caracterizan a un estado o región con una razón de ser cohesionista o separatista, una ciudad sería una serie, una amalgama de factores centrípetos que la cohesionan, la dotan de una identidad y le dan una razón de ser. Esto claro está, desde un plano ideográfico y poco morfológico, visual o funcional.

Como cada objeto en el espacio (seja qual for…) ésta ocupará un espacio, una pequeña o basta fracción de superficie terrestre en la cual logre desenvolver sus actividades y ligarse a ese medio técnico científico e informacional del siglo XXI. Muy al contrario de las ideas que la escuela de Chicago intentó utilizar para explicar a una urbe “como la localización permanente relativamente extensa y densa de individuos socialmente heterogéneos”, y aunque coincida con la visión de Canclini sobre el hecho de que se ignora contundentemente el devenir histórico y genetista de una ciudad,  no es de extrañar que dentro de las definiciones que más atinadas se encuentran a una situación actual, emanan desde una perspectiva espacial.

Aunque hace un momento utilicé una partitura muy básica de los postulados de un geógrafo de intencionalidad nomotética, debe entenderse que por más intentos que se hagan por formalizar una definición de la ciudad en unos tiempos tan crucialmente complejos y heterogénos como los de hoy, en donde todo parace indicar que nos acercamos cada vez más a la indefinición e irracionlidad, en donde las estructuras sólidas que caracterizaró a la corriente moderno temporal se atrofian, ésta deberá adaptarse a nuevos nuevos tiempos, contextos, lugares. Grosso modo, puede existir una definición genérica de ciudad, pero ésta variará de acuerdo a toda la serie de factores espacio temporales que singularicen o no, a una urbe en específico.

En términos espaciales, es extremadamente sencillo ubicar en el espacio a una ciudad, ignorando su historia, su emplazamiento, situación o devenir histórico. Los nuevos sistemas geomáticos como el Google Earth acercan a las personas a la imagen, casi siempre idílica y extramadamente comercial, de una aglomeración urbana. Dichas imágenes intentan “mostrar” y “destacar” una serie de hitos puntuales que forman parte de las mismas, pero que no pueden de ninguna manera aludir a la ciudad entendida como un todo complejo.

Para alcanzar el todo complejo que podría coadyuvar a la definición puntual y específica de X ciudad, sería evidenciar el tipo de organización social, la riqueza cultural y el tipo de relaciones societarias que transmiten a sus áreas de influencia y a la red global. Una forma sin fondo sería volver a esa idea tan anticuada pero necesaria  para el estudio de la geografía en la actualidad, en la que al espacio se le considera como un contenedor de objetos, formas y sujetos, capaces de establecer principios generales siempre que existiera una conditio sine qua non  como es la simplicidad.

La actual propagación de la teoría del pensamiento complejo, y las formas teóricas cada vez más desarrolladas sobre la forma de organizar los habitáculos, sólo evidencian que la ciudad, para ser definida, necesitaría a regañadientes un nuevo paradigma capaz de responder a problemas complejos por un lado, y a simplificarlos para poder deducir principios genéricos generalizables. Dicha tarea que parece en la superficie sencilla y pragmática, es el cúlmen de una serie de giros epistémicos, cuyos aportes cada vez más caducos en la actual espiral de tiempos efímeros o fugaces, logren consolidar una cosmogonía con la cual los sujetos, deseosos de una definición de sus urbes y de ellos mismos, pasen de ser ciudadanos del mundo, a estar-en-el-mundo.

Addenda: Y a la pregunta, ¿dónde quedan los problemas sociales, la perspectiva radical, los temas de desigualdad? ¿Qué respondería una definición de la ciudad? En términos lacónicos y considerando la distribución cada vez más desigual de los recursos materiales y monetarios en el mundo, una actual defínición de la ciudad, la consideraría sin duda como un campo de luchas sociales, en dónde el sujeto cobra un papel protagónico en el devenir tanto de la planeación como el desarrollo de las políticas públicas de las ciudades, aunque, en efecto, podría evenciar algo que Make Davis ya ha explicado en su narrativa, como es la idea de que hoy vivimos en un planeta de ciudades miseria.

miércoles, 8 de junio de 2016

La geografía en un mundo posmoderno: La continuación de la reificación clasicista; por una nueva pedagogía con sustento teórico (opinión)



Después de 4 años en los cuáles te ves iluminado por una serie de conocimientos sui géneris o únicos, los cuales son parte convaleciente de una disciplina que, en la actualidad, podría considerarse un tanto ortodoxa, es menester entender que la posición de la geografía respecto de otras ciencias sociales como del corpus científico en general es más bien sombrío e intermitente. Con claro, sus muy diversas y no tan fácilmente cuantificables excepciones.

A lo largo de nuestro adoctrinamiento hemos sido convencidos de forma concreta y necesaria, que esa concepción memorística, naturallista, e inclusive descriptiva, ha ido desapareciendo en un intercambio frenético con otros métodos y técnicas de investigación. Actualmente, no existe aún un libro base, una teoría base, ni una sola cosmogonía de la disciplina, al contrario, una vez que el mundo se complejizó, una vez que la tendencia posmoderna se afianzó, no entendiéndola por su contexto sino por sus implicaciones culturales, económicas y políticas, la forma de ver los fenómenos ha sido carcomida, hasta tal punto en el que, sin una adecuada preparación, sería imposible indagar sobre las problemáticas más intrascendentes de la vida diaria.

Sí, en la posmodernidad, lo intrascendente también es complejo. Y esto se debe en parte a que una categoría básica de la disciplina se ha expandido, sino que inclusive, podría considerarse consolidada e impuesta en un sentido que creemos, ha sido más persuadido que obligado. El ecúmene, aquel espacio habitado por los hombre en su acepción griega es sólo el principio de una categorización que transgrede la propia separación societaria que a lo largo de los últimos siglos se ha conocido con el binomio oriente-occidente. Sí, el mundo de los salvajes y el civilizado.

En su acepción completa, el ecúmene, u oukúmene, refiere a la tierra habitada por los hombres civilizados, en donde los salvajes no existen o se encuentran en un proceso civilizador. Pues bien, la actual tendencia posmoderna y neoclásica basada en el laissez-faire, parece ser una analogía perfecta, sino es que también el culmen de dicho proceso. Al ya no haber tierras inexploradas (al menos, superficialmente) las metas de la disciplina cambiaron, y dejaron de lado esa intentona difícil e intempestiva de continuar describiendo de manera diacrónica la forma y el fondo de los territorios. Ahora inclusive, se vuelcan las cosas a conocer e interpretar las esencias y características del lugar, ya no con una potencialidad estatal u oficialista, sino como un factor en donde el desarrollo y la mejora en calidad de vida de las personas locales se vuelven menester y meta.

Pero, mientras la geografía da estos giros tan necesarios y pertinentes en el nuevo siglo, ¿que ha pasado en la percepción del ecúmene por parte de los otros, aquellos que no ejercen ni conocen de forma conjunta la praxis geográfica? Como hipótesis se debe decir que quizá, la concepción griega del ecúmene y la visión naturalista aún siguen vigentes en un mundo que los rechaza y los confirma de forma análoga y latente. La no geografía es mayoría, y no es 50 más 1, ni siquiera un 80, u 90, es grosso modo, todo y nada. Sí, tal y como es la esencia misma de nuestra disciplina, saber sobre la mayor parte de las cosas, y a la vez no profundizar en alguna sensu stricto, aunque ello tampoco sea universal.

Por ende, la universalidad geográfica no es la que el geógrafo construye, sino la que la sociedad ha creído que se sigue construyendo en base a las premisas más clásicas y elementales de la misma. Esa creencia generalizada, empero, más que requerir una permuta, debe permitir darle cabida a las nuevas concepciones que se constituyen y construyen en la misma. De tal suerte que la educación básica o elemental debe ser permeada de manera sucinta y lacónica por lo que bien valdría titular como "la nueva geografía en un mundo posmoderno".

En el interior de la geografía, por otra parte, las tentativas por construir una teoría generalizable, y no general o estática, deben continuar. Aunque como bien Heráclito señalaba que el movimiento era la naturaleza esencial de las cosas, en geografía, el movimiento es una cualidad adyacente al espacio y al tiempo, cuya trama es difícil de predecir, pero no por ello, se consideraría una empresa imposible e innecesaria. Las nuevas tendencias o giros en geografía, coadyuvarán a reencontrarnos con la esencia misma de la geografía, bajo una lógica espacio tiempo distante cronológicamente; dónde las bases u esencias epistémicas puede que sean similares, y no sólo eso, sino que puedan construirse a partir de un pasado en cuyo seno, aún gira ese Delfos griego, a la espera de revitalizar la forma de ver la realidad contemporánea.