Observa detalladamente la imagen, y dime, ¿Qué notas? sí, un montón de figuras irregulares de cuatro lados, y pentágonos. Ahora piensa en influencia, en el hinterland de Chrisholm, ¿Ya lo tienes? Ahora yuxtaponlo todo, y vacíalo en un plano de la urbe tapatía del año 1970, antes de que inclusive, la propia facultad de geografía existiera. Si no supiste qué o quién era (pude haber sido yo en tanga), me refiero a la Teoría del Lugar Central de Walter Christaller, aplicada sin geógrafos, lo que sin lugar a dudas es triste, pues ni en nuestro gremio vemos innovaciones en este rubro.
Quisiera poder decir que la universidad ha concluido y que soy geógrafo, quisiera decir que lo que digo no sólo reafirmo con el día a día, sino con un ejercicio en el que, a pesar de partirme el alma, pienso en colectividad antes que en un plano meramente individual. Muchas cosas quisiéramos inclusive decir, antes que hacer. Pero la vida tragicomédica, es así. El día de hoy por la mañana me encontraba en la mapoteca histórica leyendo un par de artículo inefables colocados en la revista de Geocrítica de la Universidad de Barcelona. Los leí en físico. Desconocía plenamente su existencia en la biblioteca de mi universidad. Y pese a que son accesibles de forma virtual, no hay nada, ni (espero) existirá una sensación semejante que el ojear un texto de nuestra disciplina (porque para decirle ciencia, primero habría que respondernos ¿Qué es ciencia?) de forma material (ahorita no, Marx).
Primero, citaré de forma burda el texto del que desarrollo algunas ideas y parafraseo al mismo en lenguaje humano (por si me ven escribiendo una cosa como manu militari, yo no fui): http://www.ub.edu/geocrit/geo40.htm, claro que, una lectura desmesurada quizá no tendrá ningún efecto en sus retorcidas mentes, es esencial pues a pesar de centrarse en un concepto, es un ejercicio revisionista, crítico, sesudo y magnánimo, de las virtudes y desafíos, pero también de los errores y desfalcos, que nuestra empresa de geograficidad (hola de nuevo, Dardel) nos ha dejado (o heredado, por desgracia).
Primero, ¿Qué jodidas es un paradigma? una palabra en boca de periodistas imitadores (*cof cof* y políticos decimonónicos) o de académicos “con clase” que ha sido poco entendido, y mal aplicado, tanto por personal “capacitado” como por “supuestos” tótems y gurús sociales. Yo, como todo buen no filólogo, me remito al origen gramatical. Thomas S. Kuhn lo acuñó en el año 1962, y lo colocó en su gran texto de La estructura de las revoluciones científicas. Lo definía como un “conjunto de supuestos y procedimientos generalmente aceptados, los cuales servían para definir a la vez los temas y los métodos de la investigación científica”. Nada de modelos y otras chorradas como llegarían a afirmar próceres modernos (ojo, modernos) de la geografía como Peter Haggett.
El problema de pensar en paradigmas en geografía, es que, a raíz de su institucionalización alrededor de la década de los setenta del siglo antepasado, el quehacer de los geógrafos se ha remitido a un reajuste epistemológico que más bien, se adapta a la evolución natural de la ciencia, y no necesariamente, a una serie de sucesiones radicales de difícil explicación y esclarecimiento. Aunque, en otras palabras, podría decirse que el pensamiento espacial, más que haber sufrido rupturas internas o inmanentes, es decir, propias de la praxis academicista, respondieron a una serie de cambios sociales y a la famosa enfermedad conocida como “la aceleración de los tiempos”. De esta forma, al ser tan claras las emergencias, pautas o líneas de investigación, su temporalidad y espacialidad (por que, como se dijo, se habla en términos de la geografía institucionalizada) el concepto de paradigma en geografía no sólo existe en un entorno de complejidad a borbotones, sino que, más bien, ha sido utilizado de mala manera para explicar “revoluciones” que, simple y llanamente, son parte de coyuntura externa entre el mundo de las “ciencias” (añado: positivismo) y el pensamiento social o común.
Podríamos considerar, las “ideas comúnmente aceptadas” en geografía citadas por Haggett y que, de facto, son las siguientes: “el estudio de la diferenciación espacial de la superficie terrestre; el estudio del paisaje; el estudio de las relaciones entre la tierra y el hombre, y el estudio de las distribuciones o las localizaciones. Empero, no estamos hablando de universales, ni tampoco de una serie de marcos teoréticos que se suceden vehementemente de forma diacrónica. Lo que tenemos, por el contrario, es una etapa de re-identificación de la disciplina geográfica, en dónde la búsqueda tardía de identidad no nos ha dejado claro nuestro punto en común: nuestra heterogeneidad espacial.
Tal como hablaba con un colega que admiro y respeto sobremanera (y espero, sea recíproco) el problema de textos como el Choque de Civilizaciones de Huntington es que, precisamente, se basan en ideas comúnmente aceptadas, que pasan de campo del idealismo, al de las ideologías, en este caso, para alimentar a una denominada occidental. Ahora bien, tampoco se puede decir que las posturas renuentes o abiertas sean del todo correctas o válidas a la vez (tomando como premisa el debate oriente-occidente). Como bien se cita su carácter ambivalente a Linton y Barnett: Los innovadores en general son frecuentemente unos inadaptados a la sociedad, disminuidos por personalidades atípicas, pero también los descontentos, los inadaptados, los frustrados, o los incompetentes son los que principalmente aceptan las innovaciones y los cambios culturales. Este par de citas aplicadas al mundo social y científico, sirven para ejemplificar las discordancias entre el uso correcto de terminologías, y la forma en que éstas también, son llevadas a su implementación errática.
Ergo, un paradigma “debe de verse como un objeto de estudio y no como un medio para entender la complejidades de los cambios científicos”, que en el caso geográfico, más que realidades Morinianas, han sido más bien mecanicistas, determinables y comprensibles al mismo tiempo. Sin embargo, eso no quiere decir que los procesos de aceptación de innovaciones científicas en la opinión pública de Ricoeur sean deleznables, al contrario, la geografía tardó tiempo en aceptar a los humanistas, realistas, marxistas, y hoy día, se resiste a darle centralidad al posmoderno (*vomita* Soja). Aunque la lógica espacio-temporal y el propio devenir científico y social, así lo señalen.
Cambiando de tema, hablar de Geografía (en su esencia monista) es una tarea que sí es compleja, también es diafanizable. Discernir entre su naturaleza, es decir su objeto, debería remitirnos a Milton Santos y su obra de título similar. Pero de su conceptualización, tal y como medio mundo ha esbozado sus atisbos, es necesario partir de la forma en que ésta es interpretada, si como un conjunto de conocimientos desorganizados que a la postre se consolidado en un constructo llamado geografía, si como una actividad práctica (investigación), o una institución social o disciplina. Sé que a casi todos nos interesa la tercera acepción, pese a que por su naturaleza se podría, más bien, tipificar como la primera entidad proteiforme.
Y es aquí dónde muestro mi serie de posiciones personas, que algunos casos comparto con los autores, para en otras simplemente diferir. Hablar de ciencia en su sentido de institución social nos remite a la especialización e hiperespecialización de la mayor parte de los conocimientos que los filósofos, nomadistas, o totalizadores dejaron en el pasado. La gran victoria del método científico debería verse, no como una mejor manera de entender la realidad, sino como la imposición de un ímpetu fragmentario de la realidad. Nicolás Ortega Cantero, a pesar de su ferviente petición por revivir al regionalismo, me parece que hace un énfasis que ha dado en el Talón de Aquiles epistémico geográfico. ¿Debemos decir que algo se ha superado sólo por no responder a recientes tendencias vistas y aceptadas de forma natural? Algo deberíamos ya de reconocer, el positivismo no es holístico.
Esto me lleva a Santos y a recordar su forma en que define al propio espacio geográfico. Entendido como un sistema de objetos y un sistema de acciones en plena interacción por medio de la técnica, deja de lado (superficialmente) que el hombre está inmerso un micro, meso, macro cosmos, desde dónde parte la propia cultura, el comportamiento y la sociedad. Si bien es cierto que la técnica o la tecnología ha tenido un pobre análisis espacial, es indispensable discernir entre los diferentes entornos en los cuáles se construye nuestro devenir cotidiano. Pues éste no sólo es real o vivencial, percibido o sentido, sino que también, a partir de las propias acciones, es cognocido, esto es, interpretado por los sujetos geográficos en un proceso de vaivenes, esto es, de ida y de vuelta. De esta forma la técnica pasaría a verse como eje intermediador entre el hombre y la naturaleza, con impactos en el espacio, pero también con impactos en la forma en que el hombre, topológicamente, se adapta, resiste o vive en los espacios.
Al final de cuentas,es tanto en el entorno cognocido como en los lugares, dónde se pueden lograr reconocer y abarcar la totalidad de relaciones entre las experiencias y la acción. Esto nos llevaría a pensar que la geografía es una ciencia de los lugares y no ciencia social, empero, debe de reconocerse que puede ser una disciplina sin una forma geométrica válida, pero con contenidos, métodos y objetos de estudio bien acotados, interpretados, analizados y explicados. ¨Por ende, como cito a los autores, el problema de la geografía “es el de la reciprocidad entre la mente humana, lo subjetivo y su entorno, el intento de explicar la tierra y la naturaleza en términos humanos”. Lo último que quizá, ya nos ha dado indicios uno de los autores más olvidados, pero importantes de la disciplina: Eliseo Reclus.
Entonces, '¿hacia dónde ir? Los autores también nos dan la respuesta: “La aplicación de la geografía se dirige al entorno potencial (esto, ideal y posible) futuro, en tanto que expresado por valores. Y tal como dijo una gran ponente en la pasada semana de la geografía (Dra. Irasema Alcántara): “lo importante debe ser estar avocados a la multi o transdisciplinariedad y no a la tranzadisciplinariedad. De tal forma que debemos construir mejores mundos, tanto reales, como vividos, para finalmente, devenir en lo que Harvey tituló: “Espacios de esperanza”.
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