Quisiera inicar esta entrada, disculpándome francamente, por no haber publicado material en una escala temporal considerable. Comencé a vivir en un pueblo, uno de mis sueños más preciados, y aunque de inicio puedo decir lo satisfecto y armónico que ha sido respirar aire limpio y disfrutar de un paisaje exótico quasi etéreo e impoluto, no podría dejar pasar, la oportunidad para escribir, de forma anedóctica, presencial, subjetiva y con un toque de teoría, lo que el municipio donde actual radico me ha dejado en mi imaginario geográfico.
En la escala temporal de casi seis meses radicando en los límites de la región norte del estado de Jalisco, he podido entender el porqué se dice, de forma diferencial e indiferente, que la región es conocida como “la más olvidada” de la entidad federativa, lo cual choca con la realidad apremiante que sin duda, corrobora de forma relativa el argumento predecesor. Dichas palabras, parecen decir que las altas tasas de migración, probleza y la desaceleración del crecimiento natural de la población, sean una realidad, y justifiquen lo que se dice de la zona. Pero no. El municipio (del cual no daré nombre pues sería bastante obvio saber a cual me refiero) se encuentra en el límite estatal, zona de limbo, y donde sin duda alguna, los gobiernos de los estados se “pasan la bolita” sobre la responsabilidad que conlleva pertenecer al sistema estatal federalista.
Servicios, relaciones comerciales, familiares, institucionales, se relacionan más con el estado vecino de Zacatecas y no con el que propiamente está suscrito el municipio. Como dato curioso, antes de que existiera la excensión de gasto por llamada nacional, las comunicaciones que se realizaban hacia el pueblo de Colotlán se cobrabán como si la demarcación vecina, estuviera a cientos de kilómetros de distancia. Éstas relaciones indirectas, han beneficiado a los pobladores, trayendo consigo servicios que difícilmente el estado de Jalisco podrían proveer de manera eficiente. No obstante, dicho proceso que en un primer plano supondría ser positivo, en la praxis territorial, cultural o política, se torna un problema de difícil solución.
Al relacionarse de manera directa con instituciones y empresas del estado vecino, por ejemplo, no se han hecho esperar los conflictos de intereses. Éstos se manifiestan, principalmente, con el tema de los transportes. Por algún tiempo, mientras los camiones foráneos Rojos de los Altos dejaron de ofrecer el servicio que conectaba al pueblo con Zacatecas, Colotlán o la ciudad de Guadalajara, otro tipo de transporte acaparó el mercado de forma semi ilegal, las camionetas colectivas características de municipios tales como El Teúl de González Ortega, Trinidad Garcia de la Cadena, Momax, Atolinga, Tepechitlán o Tlaltenango “Transportes Estrada” en poco tiempo se adueñarían del único medio de comunicación que los conectara de manera real (no virtual, subjetiva o transmoderna) con el mundo exterior. En una escala local, no podría faltar el típico conflicto entre los taxis establecidos (3) y los uber’s (mototaxis).
Los pobladores sufren por un choque de identidad que pocos logran identificar de forma coherente. La localidad en donde resido se caracteriza entre otras cosas, por su holgada tradición religiosa (católica), su rechazo irrevocable a nuevas tendencias o manifestacióones de libertad artística, sexual, económica, o social. Es una localidad semi conservadora, mantenida gracias a las remesas propias de la misma migración al país vecino norteamericano, y unas cuantas pequeñas o quasi mediana industrias como lo es la fábrica de los chocolates Alcalá, o las botanas típicas de El Petacal. Pero, ¿Por qué no decir que es conservadora a secas?
La localidad palidece de varias patologías sociales las cuáles pasarían desapercibidas si la persona que redactara lo que usted está leyendo fuera oriundo del lugar. La figura del “otro” del “llegado del exterior”, los “citadinos”, no es bien recibida por el grueso de la población (dicho sea de paso, personas adultas y adultos mayores). Las miradas y las expresiones que se atisban al visualizar una persona de fuera en una primera instancia, parecería ser semejante a la que los canedienses evocan al observar detenidamente a un mexicano de piel morena oscura. Bien valdría la pena decir, que para los pobladores, más allá de su pueblo, no hay mucho que ver, ni recuperar. El exterior es visto como algo hostíl, propio quizá de la teoría filosófica de Bechelard.
Ideas que en las ciudades actuales mexicanas que luchan por estar dentro de los procesos de la globalización, como la lucha por la igualdad de oportunidades en ambos géneros, la protección a los animales, la erradicación de la misoginia y el machismo, entre otras más, simplemente no importan. En estas localidades se sigue dibujando aún, los roles del género propios del México de hace 30 o 40 años. Esto en el plano ideológico claro, y en la práctica “bien visto” por una buena parte de los pobladores. Aún así, y gracias a que el internet llegó a la localidad poco después de la llegada del milenio actual, existen personas, contadas casi con la palma de los dedos, que son aptas para recibir el galardón de los activistas del pueblo. Dichos sujetos, recuperan las buenas prácticas de la ciudad e intentan emular su impacto positivo en la sociedad local.
Es importante recalcal que cuando hablamos de activistas nos referimos a jóvenes adultos, y adultos en general. Ese porcentaje de la población que, sin duda alguna, interactúa de manera más activa con las tecnologías de la información modernas. El grupo poblacional que sufre en mayor medida de las patologías, y que son la razón por la cual puedo atreverme a decir que existe un choque de identidades en el pueblo son la población joven, con quiénes por trabajo y cercanía empática posmoderna interactúo en mayor proporción. La juventud sueña con irse a la ciudad, sueña con tener un empleo donde les digan qué hacer, sueñan… pero en ese devenir, su percepción, y sus imaginarios van más allá de lo que sus padres o sus abuelos quieren de ellos. Tal parece que los modos y costumbres, las tradiciones y las prácticas sociales de antaño, para ellos no es una prioridad. Aunque una buena parte de ellos, aún conserve el valor intangible religioso y algunos, formas de expresión positivas en relación a los adultos o adultos mayores.
Cuando se habla de patologías, debe diferenciarse entre aquellas llegadas del exterior (como bien podría ser la inferencia del narco en la localidad) y aquellas propias del pueblo per sé (alcoholismo, violencia doméstica, falta de educación, exclusión social, y un caso anómalo de bajo capital social). Las cuales si bien no son alarmantes ni tendrían que poner en el mapa a la localidad con un color rojo, sí terminan manchando, en mayor o menor medida, la percepción que bien se podría llegar a tener de la localidad durante una corta estadía por sus calles. En relación con el alcoholísmo, una de las cosas más alarmantes es que los jóvenes y adolescentes consideran “sano” beber bebidas alcohólicas, lo cual choca irremediablemente, con esa imagen sacra y límpida que se tiene sobre el pueblo y su gente.
Regresando a la escala regional, debo puntualizar que me refiero a un municipio de la zona norte del estado, caracterizada por su poco peso demográfico, una dispersión espacial de las localidades muy marcada, así como identidades incompatibles, las cuáles pueden existir en un mismo municipio. El pueblo, no funge de ninguna manera como una rosa de los vientos, no tiene una traza urbana de la cuál agradecer. Es realmente anómalo y atípico, que su traza de plato roto no se explique por la actividad minera ni alguna afín. El municipio palidece a la hora de cohesionar los intereses e identidades de sus habitantes. Es también, de los pocos casos en que la cabecera municipal no es la localidad con mayor peso demográfico. Temastián, delegación municipal, es un referente a nivel estatal, nacional e internacional por su tradición de cantera y su icónica iglesia del Señor de los Rayos. Más de alguna vez, ha querido consolidarse como un municipio más de la región, aunque por razones demográficas, territoriales y económicas, difícilmente logrará tal hazaña. No sobra decir que también en el aspecto social (verbigracia sus patologías sociales), urbano (una traza mucho más ortogonal e higienista), económico, religioso o cultural, existan marcadas diferencias.
Yendo hacia “El Alto” o las rancherías que es emplazan subiendo por la carretera a Atolinga, Zacatecas, se puede notar como éstas, además de tener una identidad bien marcada, se distancían sobremanera del municipio, y hasta del estado. Manteniendo la mayor parte de sus relaciones multidimensionales con la localidad del estado vecino. El transporte colectivo de los Estrada’s, les provee su único medio de transporte colectivo para entrar y salir de sus localidades en ausencia de vehículo propio. Cabe resaltar que aquí logran atisbarse ciertas patologías sociales “externas”, y la exclusión social por poder adquisitivo propio de las grandes ciudades. Dicha población puedo decir, sería en un plano idílico utópico, como el más merecedor de la percepción que se tiene de la gente del municipio, aún y considerando que se población con respecto a la población total, sea marginal o escaso.
Dicho lo anterior no debe presuponerse que todas las personas sean iguales, y por ende sus formas de pensar sean idénticas. Existe una pluralidad social, y diferentes perspectivas, y actitudes en la población local. Y creo que ello, aunado al paisaje quasi impoluto y natural que caracteriza al municipio, son factores por los cuales disfruto y valoro mi estancia y trabajo por aquellos lares. Pasaré ahora a mis típicos debrayes neo romanticistas del paisaje y el espacio geográfico.
El camino que conecta a la ciudad de Guadalajara con la localidad a la que cito de manera indirecta, es conflictiva, irregular y con nulo mantenimiento desde su construcción. Hasta hace poco más de 30 años, los pobladores locales tenían que dirigirse a Zacatecas y tomar una desviación para llegar a la ciudad. Viajes de hasta 12 horas tenían que ser realizados para conectar ambos lugares. Ahora, pese a las condiciones desfavorables de la carretera Tesistán Malpaso los tiempos de recorrido se redujeron considerablemente. Viajes que van de 3 a 4 horas son suficientes para arribar a ambos extremos.
Sin embargo, lo verdaderamente valioso del nuevo camino, aquello que provoca en el sujeto acostumbrado a la ciudad, sus edificios, calles y concreto, es sin ninguna duda, su paisaje natural. Desde los límites entre Zapopan y San Cristóbal de la Barranca logran atisbarse las rugosidades del espacio, la formación de nuevas tierras, emplazamientos de pueblos, cultivos y viviendas imposibles, lugares que sin darse cuente, podrían ser comparadas con los típicos paisajes naturales orientales, o sudamericanos. Grandes mesetas en formación se erigen y atisban desde las proximidades del Teúl de González Ortega, y este tipo de formaciones geológicas también existen en el municipio.
En las zonas del “Alto” por las mañanas, y más cuando se cultivan los barbechos, se vislumbra un paisaje típico de postal europea, un altiplano donde se cultiva el maíz y frijol cubierto por una densa niebla y un sol naciente en su horizonte es una de las imágenes más recurrentes al pasar a una hora determinada por el lugar. La presencia de los alacranes, las serpientes de cascabel, los búhos, las tortugas de río, los tlacoaches, lagartijas y los muy numerosos chapulines y demás insectos de considerable tamaño hacen que la estancia en el lugar no pase desapercibida.
El clima, extremoso, cálido sobremanera en primavera y el verano, y extremadamente frío por las noches del invierno, provoca una inversión en el espacio incuestionable. Colores de la vegetación que cambian según la temporada, los insectos y la fauna típicas de ciertas temporadas. La rara pero aún existente presencia del águila mexicana en las inmediaciones del pueblo, puede ser razón suficiente del orgullo que sus habitantes tienen por su localidad. Además, habría que hablar de su gastronomía, el pan, las gorditas de guisos, los churros con frijoles y verduras, los típicos lonches con pan blandito, los deliciosos elotes cocidos o tatemados en temporada, los cacahuates, las nueces, los chayotes, las plantas de orégano fresco que encuentras en las zonas boscosas naturales, son razones suficientes para disfrutar, valorar y enaltecer a un municipio en un región distante, donde sin duda existen las desigualdades, donde también hay inseguridad, donde también existen conflictos de una y mil formas.
No obstante, y pese a lo mal que un principio describí el contexto social del lugar. Su apartado natural, su apartado agrícola ganadero, su apartado paisajístico climático, parecen menospreciar tantas ambiguedades. Incoherencias del espacio que no podrían ser explicadas desde lo físico o social propiamente. Tampoco podrían ser relatadas de forma anecdótica por el cronista municipal sin el espacio que circuanda al pueblo, personas y sus diversas y disímiles práticas. El espacio al que me refiero también tiene un importante valor histórico (fue una de las zonas donde más penetró el movimiento de “La cristiada” o la guerra cristera), arquitectónico, histórico, y por desagregación, geográfico.